Aquí voy: arreando ovejas.
Treinta años van que mis perros
andan detrás de los piños
garroneando a los borregos…
muchos de ellos he tenido:
envejecieron… murieron…
sólo yo sigo en la brecha,
¡siempre pobre… y ahora viejo!
Aquí voy: siempre al tranquito,
del sufrido zaino overo.
En la ciudad, todos corren;
nosotros nunca corremos.
¿Para qué? si es más seguro
ir despacio que corriendo…
Aquí voy: siempre lonjeado
por este mi hermano viento
que me sigue a donde quiera
como el más fiel compañero.
Todo tiene un fin oculto
y el viento uno muy secreto:
su fin es hacernos fuertes
es el tenernos despiertos.
Aquí voy: arreando ovejas
ajenas, pero en el pecho
arreo mis amarguras
¡y de esas sí que soy dueño!
Esa es la estrella del pobre,
ese es el destino nuestro:
enriquecer a los otros
y quedar siempre… ¡ovejero!
Andar siempre zigzagueando
detrás del inquieto arreo…
Uno se hace a arrear majadas
como a comandar ejércitos.
¡Tata me dio, con la vida,
mi vocación de campero
y he seguido mi destino
sin aflojarle ni un pelo!
No me hablen a mí de luces
de ciudad y su embeleso:
a mí denme el aire puro,
a mí denme campo abierto:
yo nunca quise embretarme
en ningún departamento…
Aquí al sol o bajo nieve,
con aguacero o buen tiempo,
aquí se abaraja todo
como venido del Cielo:
para eso hemos nacido
en este suelo sureño
donde viento, nieve y frío
son nuestros tres elementos:
¿cómo vamos a quejarnos
de lo que es realmente nuestro?
El ovejero no tiene
Ni una estatua ni un recuerdo.
¡Paciencia! Yo me conformo
porque soy cristiano viejo.
No interesa tener bronce,
lo que importa es ¡merecerlo!…”
Y le dio un chirlo sonoro
a su manso zaino overo
y azuzó, con voz quebrada
por la emoción, a sus perros…
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