sábado, 24 de septiembre de 2016

LA ESPERANZA - Lydia Musachi.-

Los cerros eran el horizonte por los cuatro costados. Perdida en el fondo del valle donde serpentea el río mas caudaloso, entre un bosquecito perfumado de yuyos, allí se encuentra Mi Esperanza, una finca serrana, fresca y con olor a hogar desde su amplia galería.
Para los lugareños la finca es una leyenda y en cuanto me contaron algunos de sus misterios mi instinto de comunicadora me empujó a querer conocerla para luego contar lo que ví, lo que sentí y lo que imaginé sobre élla.
Golpeé las manos y enseguida salieron a ladrarme dos hermoso perros ovejeros, que al grito de su amo, volvieron sobre sus pasos. Allí de pie en la fresca galería, un anciano de buen porte y mejor pilcha gaucha, me observaba.
-Buenos días Señor!
-Buenos días Señorita, que se le ofrece? –respondió.
Y allí me quedé, parada y muda. Qué le podía decir?  Tenía miedo de ofenderlo y que me saque a guascazos con el hermoso rebenque se lucía colgado en la pared.
Me presento respetuosamente y le digo que soy una turista curiosa nomás, que me encantó su casa, todo el lugar y que pensé en su antigüedad, sus historias, y como me gusta escribir, a lo mejor pueda inspirarme y escribir por fin mi primer novela.
Me miró como sospechando, entrecerrando los ojos, pero al fin extendió su mano y me dijo me llamo Braulio Altamirano, pase Ud. y para eso de la novela, no creo que haya mucho para contar por acá.
Tomamos asiento en unos sillones rústicos de madera sin lustrar y paja trenzada, cómodos y cálidos como de hogar acogedor. Se me escapa la mirada hacia tantas bellas plantas que adornan la galería, jazmines trepadores, abrazando las columnas de caños verde inglés, tinajas panzonas llenas de malvones, láminas de Molina Campos adornando las blancas paredes y  lazos de amor colgando de las macetas. El olor a campo llena mis pulmones y una linda señora parada frente a mí, me extiende su mano. Una sonrisa en su boca y una trenza oscura cayendo sobre el pecho.
-          Sea bienvenida a nuestra casa, que la trae por aquí?
-          Me traen la paz de este lugar y la belleza de su casa, contesté. Pero soy muy curiosa y me parece que hay historia detrás de estos muros y quizás algunas muy lindas y románticas. No puede haber pasado la vida, sin haber dejado rastros en un lugar tan especial.
-          Tiene razón, me contestó,-esta casa y este lugar,-están plenos de historias, de luchas hostiles, de amores difíciles y de grandes acontecimientos. Al menos así  sentimos los que algo de todo eso hemos vivido aquí.
Así fui aceptada como huésped de honor en esa bella casa, y allí mismo percibí que el argumento de mi novela estaba asegurado.
Me alegró el corazón la amabilidad del matrimonio, tanto como si hubieran estado  estado esperando mi llegada. Quizás les parecí sincera o les recordé a alguna hija que anduviera lejos por el mundo, fue la explicación que me dí.
Como no llevaba equipaje, la dueña de casa, que allí supe que se llamaba María, me ofreció todo lo necesario para mi higiene personal y me acompañó al cuarto de huéspedes.
Cercano ya el mediodía, el sol picaba fuerte, así que me convidaron con un vaso de agua fresca, recién extraída a balde y cadena de un aljibe que se veía en el patio.
Conversamos un rato, los tres en la galería y luego pasamos al comedor, dónde María presentó una asadera con carne dorada , acompañada de hortalizas y verduras.
Que rica me pareció la comida, que linda conversación tuvimos los tres solos en la casa, parecíamos como si fuéramos de la familia y que hubiéramos pasado mucho tiempo sin vernos. Me impresionó el tratamiento cariñoso entre la pareja, con cuanto amor se atendían mutuamente. María era tratada con dulzura por su esposo y élla respondía con respeto, pero se leía el amor en su mirada. Observé callada que la vida en esa casa era como en un remanso de paz.
Me contaron que Don Braulio había heredado ese campo de sus padres, hace muchos años, que tenían algunas cabezas de ganado para subsistir y caballos mansos para salir a recorrer el paisaje.
-La señora monta muy bien desde que era niña, me dijo su marido acariciándole el pelo. Y ordeña una vaca todas las mañanas, abre la puerta del corral a las cabras y ovejas para que salgan hacia el cerro a pastar, acompañadas por los perros. Ellos mismos las arrean hacia los corrales al atardecer, donde María las espera y las vuelve a encerrar.
-Se encuentra a gusto? Me preguntaron  a dúo. Mi respuesta positiva los hizo sonreír y propusieron que me fuera a dormir una linda siesta y que luego tenían algunas cosas para contarme, que seguramente servirían para escribir una novela.
- Y de ésas que tienen final feliz, dice María, tocando suavemente la mejilla de su esposo.
Luego de la siesta y de unos ricos mates con tortillas, salimos los tres a caballo, para recorrer el pequeño valle, llegando hasta un arroyito rumoroso, que salpicaba las orillas pobladas de berros.
 Pese a que Don Braulio no era joven como su esposa, se los veía saludables y felices de vivir de manera tan sencilla y con tanta libertad, cabalgaban conversando entre éllos y a cada rato me señalaban algún árbol añoso o algunos pájaros que salían volando, nombrándolos y contando alguna anécdota.
Al regresar, ya era el atardecer, la señora se dirigió a supervisar sus animales en el corral y a prepara la cena en la cocina. Quise acompañarla pero me indicó que me quedara junto a su esposo a tomar un refresco en la galería y que le pidiera que me contara algún acontecimiento o leyenda, porque el tenía buena memoria.
Mejor lo dejamos para después de la cena, me dijo don Braulio, vaya nomás a la cocina, si es su gusto. La típica cocina de campo me asombró por su limpieza y por el orden. Ollas y sartenes colgaban sobre la cocina a leña, con una típica campana instalada sobre las hornallas y la luz provenía de una antigua lámpara de hierro que pendía de las vigas del techo, alto y señorial. Pronto estábamos cenando en el comedor y mis sentimientos eran como de estar viviendo en otro tiempo.
Afuera la noche era silenciosa y tibia. La luna señoreaba en un cielo azul-negro, cuajado de luciérnagas titilantes y se prestaba para sentarnos a tomar mates con cedrón en la galería y también para escuchar las historias que me tenían prometidas y que me llenaban de interrogantes.
Don Braulio la mira a María y le dice: -le contamos nuestra historia? Y élla riendo le dice que sí, que yo merecía escribir mi primer novela y que éllos podían colaborar.
Había una vez, hace muchos años, una casa de campo, dónde vivía una pareja que había llegado a casarse tras muchas vicisitudes, chismes de comadres y lágrimas derramadas. El varón, hijo de un hombre de campo, con reglas estrictas respecto al honor y la virtud, se había enamorado de Juliana, una bonita niña de un establecimiento ubicado en los cerros. Al tiempo de conocerla, le propuso matrimonio, soslayando las recomendaciones de su padre, que había oído que la joven no era tan virtuosa como él pretendía que fuera la mujer elegida para esposa de su hijo. Se comentaba que la señorita había sufrido una violación, en el transcurso de un viaje a la ciudad cercana. Tras reuniones, llantos y discusiones familiares, los enamorados deciden fugarse y en una capilla perdida en los cerros, se casaron. Anduvieron trabajando en lo que encontraban, ambos estaban acostumbrados al trabajo duro, y al final se afincaron, ya con una hija, en una pequeña casa, entre molles y algarrobos a la orilla del Río Grande. Al tiempo, Juliana enfermó gravemente y ya no pudo hacerse cargo de las tareas que demandaba el hogar. Su hija, de apenas 10 años, se hizo cargo del cuidado de su madre enferma y de las tareas de la casa. Dejó de concurrir a la escuelita rural y asistió hasta el último momento a su querida madre. Luego del dolor por su partida, la vida siguió su curso. La pequeña volvió a la escuela, su padre le ensillaba el caballo y cada mañana partía para hacer una hora de camino, por estrechos senderos en el monte, y asistir entusiasmada a sus clases. Al terminar su escolaridad, se dedicó de lleno al cuidado de la casa, de las cabras y las ovejas, mientras el padre sembraba los claros del monte, alambraba y atendía el ganado que pastaba en los cerros.
Cada noche se encontraban en la mesa y comentaban los acontecimientos del día, lo que había hecho cada uno en lo suyo.
Y llegó la primavera al alma de la niña y soñó como lo hacen todas las jovencitas, con el amor y los ojos se le llenaron de pájaros y en su panza revoloteaban mariposas.
Su padre tenía 42 años y hacía 8 que había quedado viudo. No había vuelto a enamorarse, pese a que los domingos solía llegarse hasta el pueblo a visitar conocidos o jugar a las bochas en el boliche.
La joven era muy alegre y se notaba feliz de vivir de la manera en que lo hacía. Se arreglaba bien su largo pelo, se ponía color en las mejillas y los domingos se vestía para ir a misa a la capilla cercana. Al regresar cocinaba algo rico y ponía lindas flores en toda la casa. Un día sintió algo extraño en su pecho, cuando percibió la mirada de su padre, a través de la mesa del comedor y  sintió como le ardían las mejillas. Logró sonreír y levantarse apresurada a  lavar los platos. Qué me pasa, se preguntó.?
Otro día se vio ansiosa esperando que regresara del pueblo el hombre de la casa y  preocupada se puso a llorar. Qué es lo que me pasa? Decía para sí mismo. A quién le puedo contar?. Y decidió que el domingo iba a ir a la capilla, un rato antes de la misa, para poder hablar con el viejo cura que la conocía desde muy chica.
Por las noches no podía dormir, caminaba por la casa, intranquila, se miraba mucho en el espejo, deseaba y le preocupaba a la vez, que llegara el domingo. Una de esas noches de insomnio, deambulando por la casa, se topó de lleno con los ojos hermosos del hombre que creía era su padre y en la oscuridad, se acurrucó en su pecho como pidiendo su amparo, pero sus instintos y la sinrazón de sus sentimientos hicieron que levantara su cara y buscara su boca. El abrazo y el beso fue correspondido y luego se sintió tomada de la mano y conducida hacia la galería, donde se sentaron y la oscura noche fue testigo de la explicación de todas las cosas que le estaban sucediendo.
-          María, le dijo el hombre recién descubierto, yo no soy tu padre biológico, me casé con tu madre por amor a élla y a vos que venías en camino, fruto de la violación que le infligiera un desconocido a tu mamá en el camino a la ciudad. Eso explica lo que sientes, no llevas mi sangre, por eso ahora que has despertado como mujer, percibes sensaciones que te llenan de miedo y a la vez de alegría. Si no me equivoco, querida mía, estás enamorada y yo me culpo por haberte mirado con el amor que siento por ti, desde el día que me dí cuenta que ya eras una hermosa mujer.
-          Y aquí nos ve, señorita, después de 40 años, llenos de amor el uno por el otro y lejos de la gente que no entendió el lenguaje tan simple de la vida, el del amor.
Regresé a la “civilización” con la mas dulce de las experiencias y me puse a escribir una bella historia de amor, sin siquiera tener que usar la imaginación.

Lydia Musachi- Valle Hermoso, 10 de enero de 2010.

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