Si bajan a la Costa de Berbería, donde se estrecha la última
cuña de los bosques entre el desierto y el gran mar sin mareas, oirán una
extraña leyenda sobre un santo de los siglos oscuros. Ahí, en el límite
crepuscular del continente oscuro, perduran los siglos oscuros. Sólo una vez he
visitado esa costa; y aunque está enfrente de la tranquila ciudad italiana
donde he vivido muchos años, la insensatez y la trasmigración de la leyenda
casi no me asombraron, ante la selva en que retumbaban los leones y el oscuro
desierto rojo. Dicen que el ermitaño Securis, viviendo entre árboles, llegó a
quererlos como a amigos; pues, aunque eran grandes gigantes de muchos brazos,
eran los seres más inocentes y mansos; no devoraban como devoran los leones;
abrían los brazos a las aves. Rogó que los soltaran de tiempo en tiempo para
que anduvieran como las otras criaturas. Los árboles caminaron con las
plegarias de Securis, como antes con el canto de Orfeo. Los hombres del
desierto se espantaban viendo a lo lejos el paseo del monje y de su arboleda,
como un maestro y sus alumnos. Los árboles tenían esa libertad bajo una
estricta disciplina; debían regresar cuando sonara la campana del ermitaño y no
imitar de los animales sino el movimiento, no la voracidad ni la destrucción. Pero
uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra
calurosa de una tarde, algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la
forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, tuvo la forma de una
serpiente. La voz acabó por apagar el susurro de las hojas, y el árbol sintió
un vasto deseo de apresar a los pájaros inocentes y de hacerlos pedazos. Al
fin, el tentador lo cubrió con los pájaros del orgullo, con la pompa estelar de
los pavos reales. El espíritu de la bestia venció al espíritu del árbol, y éste
desgarró y consumió a los pájaros azules, y regresó después a la tranquila
tribu de los árboles. Pero dicen que cuando vino la primavera todos los árboles
dieron hojas, salvo este que dio plumas que eran estrelladas y azules. Y por
esa monstruosa asimilación, el pecado se reveló.
Publicado en http://ciudadseva.com/
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) fue un poeta, narrador, ensayista y periodista británico, nacido en Campden Hill (Londres) en 1874 y fallecido en Beaconsfield (Buckinghamshire) en 1936. Autor de una extensa y prolija producción literaria en la que, sirviéndose de un estilo llano y directo que llegaba fácilmente a todo tipo de lectores, abordaba -desde unos valores ideológicos tradicionales acentuados por su conversión al catolicismo- la crítica del materialismo propio de las modernas sociedades industriales, fue uno de los autores más populares de las Letras inglesas del primer tercio del siglo XX. Su serie de narraciones policíacas protagonizada por el padre Brown -un sacerdote que actúa como sabueso aficionado, y que muestra mayor interés en salvar las almas de los criminales que en procurar su detención- gozó de numerosos seguidores entre los lectores ingleses de su tiempo y constituyó uno de los grandes éxitos de ventas del momento. (Fuente de información: Metapedia).
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