EL SIGUIENTE RELATO SOBRE UN PUESTERO DE LA MESETA PATAGÓNICA PERTENECE AL ESCRITOR RIONEGRINO JORGE CASTAÑEDA POBLADOR DE VALCHETA, LINEA SUR RIONEGRINA, PLENA PATAGONIA ARGENTINA.
Ernesto Porcel supo ser puestero toda
su vida. Claro que sus vivencias son cosas que muy pocos imaginan, porque no
saben lo que es la vida en el campo. Ignoran cuando el viento helado de la
meseta sabe cortar impiadoso la piel de la cara y de las manos. Y aunque sea con
ventisca o nevada hay que salir a recorrer los cuadros para ver la hacienda.
Fijarse como están los alambrados, atender el molino, ver si hay algún brote de
sarna. Perseguir al zorro colorado o al puma predador. Y en verano soportar el
sol impiadoso que pareciera quebrantar hasta la dureza de los basaltos. Es dura
la vida en la meseta de Somuncurá, porque la naturaleza no da tregua al hombre
que debe medirse con ella en forma cotidiana. En el campo hay que andar con
cuidado. Eso se sabe.
Don
Ernesto es un hombre parco de palabras. Se toma su tiempo si tiene que
contestar. Eso se llama prudencia y no se enseña en la escuela. Viste bombacha,
pañuelo de cuello, una faja de color negro y alpargatas. Lleva siempre su
cuchillo, un eskiltuna, el preferido de los paisanos. Al lado del puesto siempre
atento está su compañero de tantos años: el caballo. Imprescindible para las
tareas camperas. Muchas veces de estos nobles animales depende la vida en
aquellas soledades de viento y de silencios. El caballo de la meseta es
especial: resistente, de largo aliento, aguantador y de tan acostumbrado que
está al ambiente hostil no pisa ni siquiera una sola espina de los tunales. Se
acostumbran al medio como se acostumbran los hombres y mujeres que viven arriba
en la meseta.
Don
Porcel supo asentar sus reales por una ponchada de años en el Puesto “Las
Cortaderas”, de la estancia “El Rincón”, del paraje Chipauquil
arriba.
Una
casa de material de dos habitaciones: adentro, una cocina económica a leña, una
mesa, algunos asientos con cueros de ovejas, una lata vieja de galletitas llena
de tortas fritas sin levadura. Afuera, a la vera de la misma, un corral de pirca
y si uno es observador verá algunos
vestigios líticos como piedras de boleadoras, flechas, manos de morteros, que
cuentan la historia de un tiempo distinto. Un gran cañadón que cuando hay abundantes lluvias el agua
suele arrastrar todo lo que encuentra en su camino y que una vez supo hasta
desarraigar de cuajo el molino. Cuando el viento sopla fuerte y se encajona –la mayoría de los días- se hace cierto que
las piedras hablan, ante lo cual el pajuerano se asusta, pero los pobladores
como don Porcel como si nada, porque están acostumbrados. Así es la vida para
sufridos productores que arriba de la mesada aguantan todos los contratiempos.
Sin quejarse. Sin contar a nadie sus padecimientos, porque tienen una dignidad
que poco se conoce en los escritorios de los que mandan. Y aparte ¿A quién? Si
saben que las soluciones no llegan, ni llegarán nunca y que cuando algo llega,
llega a destiempo y tarde. Porque para muchos técnicos y políticos los hombres
que viven en el campo son solamente una planilla o una estadística. Y sin
embargo son ellos los que producen toda fuente de riqueza.
Una
vez, una tarde con un cielo celeste y despejado del mes de Abril vi unos
pajaritos que aleteaban y volaban casi a ras del suelo. Yo le pregunté: -Y esos
pajaritos, don Porcel. Después de
tomarse su tiempo me contestó: -va nevar. Yo no entendía nada y le volví a
preguntar: -Qué pajaritos son esos, dado que no los conozco. Y don Ernesto me
dijo: -Va nevar porque son pájaros que anuncian la nieve. Yo me quedé asombrado,
pero antes de una hora el cielo se empezó a cubrir y salimos nevando de “Las
Cortaderas”. Tenía razón nomas don Ernesto Porcel.
Es
que saben leer en el mapa de la experiencia. Conocen la huella de los animales,
el estado del tiempo y tienen una sabiduría empírica que pocos se
imaginan.
Hoy, ya jubilado, vive avecinado en su casita de
Valcheta. A veces le doy la mano y charlo un rato con él.
Y
pienso ¡Qué deuda grande que tenemos los rionegrinos con estos hombres y mujeres
como don Ernesto Porcel! Lo dieron todo
a pesar de vivir casi sin nada. Los rigores de la vida en la Patagonia a veces
se cobran su precio con la gente de campo que siempre espera un tiempo mejor. Un
tiempo que los recompense de tantos esfuerzos, de tanto esperar la lluvia para
terminar con la sequía de los campos, de la lucha contra las plagas, de la
ceniza volcánica, de los bajos precios de la lana y del pelo de
cabra.
Así
es la vida en el sur de la provincia de Río Negro para los productores que viven
arriba de la meseta: dura y sufrida como casi ninguna.
Por
eso hombres como don Ernesto Porcel son un ejemplo. No hay que buscarlos muy
lejos. Están cerca de nosotros y son nuestros
comprovincianos.
1 comentario:
Que hermosa historia. Cuantas costumbres que los de La ciudad no conocemos. Me gustó.
Te cuento que tengo un relato que está en concurso, nunca lo publique y cuenta la vida de un hombre que vive en Mendoza. Y al que el viento Zonda le trae voces de unos niños mapuches a los que mató para quitarle unas pepitas de oro. Eso había sucedido al sur del Río Negro. Ahora al leer este cuento veo que el clima es salvaje como yo lo describí en mi historia y me asombra, ya que no conozco la zona. ¿Qué cosas que hace la imaginación no?
Inventamos personajes y la realidad los asemeja con los reales.
saludos.
mariarosa
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