viernes, 15 de marzo de 2013

MAESTRA DE CAMPO - POEMA DE DON LUIS LANDRISCINA.






Por la pereza del tiempo

el otoño estaba tibio,

ya que en el Chaco, el verano

es como dueño del sitio.

Y a veces demora en irse

sin importarle el destino.

Por eso es que aquella tarde

cuando bajó en la estación

del lerdo tren en que vino

su cuerpito era una brasa

por nuestro clima encendido.

Y se quedó en el andén

como asustada y con frío

por ser mucha juventud

pa´terreno tan arisco.

A más mujer, buenamoza

y en pago desconocido.

Y allí se quedó parada

en vago mirar perdido por,

por querer disimular

su temor a estar tan sola

y sin saber el camino.

Pero al momento nomás,

las toscas manos de un gringo,

callosas de tanto arar

y de pelearlo al destino

se acercaron bondadosas

y con ternura de niño

le dieron la bienvenida

en nombre de la escuelita

que hace mucho la esperaba

triste en el medio del monte

pa que alegrara a sus hijos.

Subieron al viejo carro

de aquel colono sufrido,

y comenzaron a andar

entre una nube del polvo

por el reseco camino.

Cuando llegaron al rancho

la noche ya había encendido

sus farolitos del cielo

y el canto triste del grillo,

y fue por eso tal vez

que entre las cuatro paredes

de aquel su humilde cuartito

una angustiosa tristeza

entraba a clavar cuchillos

como queriendo matar

esa noble vocación

que en su pecho había nacido.

Pero llegó la mañana

y el sol con todo su brillo

desdibujó las tinieblas

que habían querido torcer

Las huellas de su destino.

Y aunque llorando por dentro

masticando soledad

en aquel lejano sitio

puso firmeza en el paso

y fue a buscar el amor

de aquel puñado de niños

que hace mucho la esperaba

en la escuelita de campo

clavada en Pampa del Indio.

Y desde entonces su vida

se hizo horcón de guayacán

se hizo paredes de adobe

se hizo terrón para el quincho

y armó con todos sus años

aquel rancho para el alma

con un letrero invisible

que decía en letras de amor

"Aquí hay saber y cariño".

Y fueron 30 los años

y fueron muchos los niños

que luego se hicieron hombres

y mandaron a sus hijos.

Ella, ella no pudo tenerlos

porque la flor de su vida

se marchitó entre los montes

y nunca llegó el amor

a golpear en la ventana

de su rancho de cariño.

La escuela, la escuela

le había pedido

hasta ese sacrificio

que se quedase soltera

porque precisaba intacto

todo el amor que tuviera

para entregarlo a los chicos.

Y en eso, en eso de darlo todo,

un tibio día recibió en una nota oficial

algo que la estremeció:

después de mucho esperar

el concejo le anunciaba

que había sido jubilada

en premio por su labor.

¿Era premio o era castigo?

Mil veces se preguntó.

No se vaya señorita,

quédese a vivir aquí,

si nosotros la queremos

por qué se tiene que ir.

Esas voces y unas manos

que se agitaban sin ruido

fueron únicos testigos

de aquella amarga partida.

Ella entraba en el olvido

allí dejaba sus años

allí dejaba su vida.

La polvareda del sulky

y manitos color tierra

fueron su único homenaje

en aquella despedida.

¡Adiós señorita Rosa!

¡Adiós maestra de campo!

En usted a todos les canto

los maestros de mi tierra

no sé si mi estrofa encierra

y expresa lo que yo siento,

pero tan solo pretendo

oponer a tanto olvido

mi simple agradecimiento,

ya que la Patria les debe

el más grande y merecido

de todos los monumentos.

1 comentario:

mariarosa dijo...

Hermoso homenaje a la maestra rural, esa que deja su vida y sus sueños por amor a sus niños y al oficio de enseñar. Me has emocionado. Landricina, que siempre me ha echo reír, hoy me hizo emocionar.
Gracias.

Muy buen fin de semana.

mariarosa