con un pucho despierto entre los dedos,
los kilómetros te pasan por abajo
y algún rostro te sigue por el cielo.
Cuántas veces entibia tu esperanza,
el amargo de un mate compañero,
mientras sale a saludarte una calandria
que te sigue un ratito con su vuelo
o levanta una estela de gaviotas,
el grito del escape: ¡camionero!
Aferrado al volante de la vida,
vas marcando una ruta con tu tiempo,
recordando tal vez una guitarra
o la dulce caricia de algún beso.
Por allá te está esperando un tamarisco,
el que cuida el lugar donde hacés fuego
que conoce tus secretos y otros nombres,
pues te ha visto alguna vez soñar despierto.
Ya que sabes volver, fíjate el rumbo
que apuntó tu corazón de camionero.
Peregrino medio dueño del paisaje
digo medio porque yo también soy dueño,
aunque vos me ganás en la distancia
liebre criolla de todos los senderos.
Se me antoja rendirte este homenaje,
que saqué del remolque de unos sueños,
o será que he escuchado en los descansos
tu silbido bajito de regreso,
con un gusto a horizonte y lejanía
que tan solo comprende el camionero.
Cuando canta el motor enronquecido
quebrando la distancia y el silencio,
te amanece el esfuerzo en otro pago
y la noche se duerme en el espejo.
La nostalgia del sol te da en la cara
ya se apagan los guiños del lucero,
y el recuerdo del rostro de algún niño,
te sale desde adentro haciendo dedo.
El pañuelo muy lejos de un adios
te duele en las pupilas...¡camionero!
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