lunes, 27 de abril de 2015

ELEGÍA PRIMERA de MIGUEL HERNÁNDEZ, POETA.

ELEGÍA PRIMERA

A Federico García Lorca, poeta.

Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro.

Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasada con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones.

Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama.

¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.

Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.

Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva.

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente.
Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellinos de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que el calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

Silencioso, desierto, polvoriento
que la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría.

Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.

Este poema pertenece al libro “VIENTO DEL PUEBLO”  (1936-1937) de Miguel Hernández.

Miguel Hernández nacido en Orihuela (Alicante) en 1910.
Se dedicó desde pequeño al oficio familiar, el pastoreo de ganado caprino, junto a sus hermanos donde por las tardes ordeña las cabras y se dedica a repartir la leche por el vecindario.
Fue escolarizado desde 1915 hasta 1916 en la Escuela del Ave María, anexa al Colegio de Santo Domingo, donde estudia gramática, aritmética, geografía y religión; en  1918 a 1923 recibió educación primaria en las escuelas del Amor de Dios; en 1923 pasa a estudiar el bachillerato en el colegio de Santo Domingo de Orihuela, regentado por los jesuitas.
En 1925 abandonó los estudios por orden paterna para dedicarse en exclusiva al pastoreo. Mientras cuida el rebaño, Hernández lee con avidez y escribe sus primeros poemas.
El joven pastor se forma de manera autodidacta con libros que consigue en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes.
El canónigo entonces de la Catedral, Luis Almarcha  le orienta en sus lecturas y le presta también libros al muchacho Hernández  acercando poetas y escritores de excelencia como San Juan de la Cruz, Gabriel Miró, Paul Verlaine, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Góngora, Garcilaso y Virgilio entre otros.
Al estallar la Guerra Civil, Miguel Hernández se alista en el bando republicano; en  1936 pasa a formar parte del Partido Comunista de España.
En plena guerra, logra escapar brevemente a Orihuela para casarse el 9 de marzo de 1937 con Josefina Manresa.
En 1937 asistió al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas celebrado en Madrid y Valencia, donde conoce a César Vallejo.
1937 nace su primer hijo, Manuel Ramón, que muere a los pocos meses y a quien está dedicado el poema Hijo de la luz y de la sombra y otros recogidos en el Cancionero y romancero de ausencias.
Durante su cautiverio en Madrid, nace su segundo hijo, Manuel Miguel. Al contarle su mujer, mediante cartas, las penurias que está pasando su pueblo, como por ejemplo que sólo tienen cebollas para comer, Miguel le escribió a su hijo recién nacido las Nanas de la Cebolla.
                        NANAS DE LA CEBOLLA.
                                   La cebolla es escarcha
                                   cerrada y pobre.
                                   Escarcha de tus días
                                   y de mis noches.
                                   Hambre y cebolla,
                                   hielo negro y escarcha
                                   grande y redonda.
                                   En la cuna del hambre
                                   mi niño estaba.
                                   Con sangre de cebolla
                                   se amamantaba.
                                   Pero tu sangre,
                                   escarchada de azúcar
                                   cebolla y hambre.
                                   Una mujer morena
                                   resuelta en lunas
                                   se derrama hilo a hilo
                                   sobre la cuna.
                                   Ríete niño
                                   que te traigo la luna
                                   cuando es preciso.
                                   Tu risa me hace libre,
                                   me pone alas.
                                   Soledades me quita,
                                   cárcel me arranca.
                                   Boca que vuela,
                                   corazón que en tus labios
                                   relampaguea.
                                   Es tu risa la espada
                                   más victoriosa,
                                   vencedor de las flores
                                   y las alondras.
                                   Rival del sol.
                                   Porvenir de mis huesos
                                   y de mi amor.
                                   Desperté de ser niño:
                                   nunca despiertes.
                                   Triste llevo la boca:
                                   ríete siempre.
                                   Siempre en la cuna
                                   defendiendo la risa
                                   pluma por pluma.
                                   Al octavo mes ríes
                                   con cinco azahares.
                                   Con cinco diminutas
                                   ferocidades.
                                   Con cinco dientes
                                   como cinco jazmines
                                   adolescentes.
                                   Frontera de los besos
                                   serán mañana,
                                   cuando en la dentadura
                                   sientas un arma.
                                   Sientas un fuego
                                   correr dientes abajo
                                   buscando el centro.
                                   Vuela niño en la doble
                                   luna del pecho:
                                   él, triste de cebolla,
                                   tú satisfecho.
                                   No te derrumbes.
                                   No sepas lo que pasa
                                   ni lo que ocurre.
 
En 1940 fue condenado a muerte por el Gobierno de Franco, pero le conmutaron su sentencia por la de 30 años y un día.
Murió en 1942 a la temprana edad de 31 años, víctima de la Guerra Civil Española.

1 comentario:

mariarosa dijo...


Victima de la estúpides humana. tan joven y tan inteligente, parece mentira.
Cuanto más nos hubiera dado su intelecto.

Buena semana.