Clara Luna, que altiva y arrogante
vas haciendo reseña por el cielo
de tu hermosura que el nevado yelo
de tus cuernos la torna rutilante:
si en la memoria de tu dulce amante
no se ha muerto la gloria y el consuelo
que recibiste amando, y el recelo
con que le adormeciste en un instante,
vas haciendo reseña por el cielo
de tu hermosura que el nevado yelo
de tus cuernos la torna rutilante:
si en la memoria de tu dulce amante
no se ha muerto la gloria y el consuelo
que recibiste amando, y el recelo
con que le adormeciste en un instante,
vuelve a mirar de la miseria mía
la sinrazón; si acaso graves males
hallan blandura en tus serenos ojos.
Que ya –culpa del cielo– los veo tales,
que apartarán la amarga compañía
de estos tristes y míseros despojos.
SONETO XX
¡Cuántas veces te me has engalanado,
clara y amiga Noche! ¡Cuántas, llena
de escuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!
Estrellas hay que saben mi cuidado,
y que se han regalado con mi pena;
que entre tanta beldad, la más ajena
de amor, tiene su pecho enamorado.
Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
envuelto en los dobleces de tu manto.
Tú, con mil ojos, Noche, mis querellas
oye, y esconde; pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor envío.
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