lunes, 1 de octubre de 2018

Maldición gitana por María Rosa Giovanazzi.

Maldición gitana 
por María Rosa Giovanazzi.
Doña Jacinta hacía girar la cucharita en el café, sin responder a mi pregunta. Sus ojos negros seguían el ir y venir del mozo, creo que lo miraba sin ver.
—¿A qué viene tu pregunta? —dijo de pronto, y me miró hurgando en mi de una forma desconocida en ella.
—Debo hacer una monografía sobre las maldiciones gitanas,  y mi madre me dijo que usted me podría asesorar.
—La vida de los gitanos… es un recuerdo del  que no me gusta  hablarr.
La miré con curiosidad, entendió  mi gesto y dijo:
—Yo soy gitana.
Sonreí  creyendo que era una broma, su seriedad me dijo lo contario.
— Soy gitana, siempre lo seré.  Hace cincuenta años, me echaron de la tribu,  en ese tiempo estaba prometida a un gitano,  yo no lo amaba ni siquiera me gustaba. Era pendenciero y le gustaba el alcohol. Yo tenía dieciocho años cuando conocí a un criollo. Me enamoré perdidamente —Hizo silencio, inclinó la cabeza,  luego retomó la conversación —él era cristiano, me escapé con él y nunca me arrepentí, pero no me lo perdonaron. ¿Cuál es tu curiosidad?
—¿Las  maldiciones… son ciertas?
Juntó las manos y las acercó a su cara como si estuviera rezando.
—Es muy difícil ser objetivo en la respuesta. Existen  maldiciones, pero no cualquier gitano  puede realizarlas, sólo un gran jefe, un patriarca tiene ese poder, aun así, debe tocarte, con que te roce uno de sus dedos la maldición se cumplirá. Están las otras —sonrió—  las que se dicen de la boca para afuera, generalmente son  para asustar. Nuestra raza es muy antigua,  somos un pueblo de fuertes tradiciones y si nos hemos mantenido  a pesar de las persecuciones es por vivir en comunidades cerradas —sonrió con tristeza, se quitó un mechón de pelo gris que caía rebelde sobre su frente—. Mi abuelo era un patriarca, me adoraba, pero no aceptó que me fuera con un criollo.
La voz de Jacinta se quebró, comprendí que había tocado una fibra muy íntima y dolorosa.
—Yo recibí una maldición de mi abuelo —dijo mirándome a los ojos.
Bajó la cabeza y  prosiguió:
—Cuando le dije que me iba con un criollo y que sólo con él me casaría, creo que admiró mi coraje y me dijo; vete, si tanto lo amas, vete y nunca regreses —puso sus manos en mis hombros—  que seas feliz pero por varias generaciones no nacerán hombres en tu familia.

Las dos quedamos en silencio.
Pedí más café, los anteriores ya estaban fríos.
Me tomó las manos, las acarició y me dijo:
—No fue una maldición, fue un… escarmiento, para que recuerde  y haga recordar a mis descendientes que con las tradiciones  no se juega.

De más está decir que Jacinta ha tenido cuatro hijas  y ya va por la sexta nieta…
Publicado en el sitio:

No hay comentarios: