domingo, 10 de junio de 2012

SIEMPRE VIGENTE.


SIEMPRE VIGENTE.
No me atrevería a medir el legado que dejó no sólo para la música argentina sino para la cultura del país. Es enorme, sin ninguna duda, porque pasan los años y, al menos en el género del folclore, nadie pudo alcanzar su aporte.
Tal vez sí se puede medir que, a 20 años de su muerte, todavía no se lo reconozca como se debe y se enseñe sobre él en las escuelas.
Es un exponente ineludible en la música y en la cultura del país, debiera estar en los libros, debiera estar en boca de todos por lo que hizo y debería ser parte de la enseñanza.
Se trata de don Atahualpa Yupanqui, fallecido el 23 de mayo de 1992 pero siempre vigente a tal punto que sus temas han sido reeditados cientos de veces y nuevos exponentes les dieron mil formas a sus letras brillantes.
Ocurre como con Mafalda, que todo lo que se escribió en la tira hace décadas parece formar parte del presente de la realidad del país. Lo escrito por don Atahualpa es así, siempre vivo aunque físicamente no esté, siempre crítico como si fuera un observador del presente de esta Argentina.
Intento repasar la lista de estos notables de verdad en el folclore argentino y la verdad que la lista es amplia, pero pocos tienen la vigencia de don Atahualpa. Su figura trascendió la Argentina, recibió y aún recibe el reconocimiento internacional por su aporte a la cultura.
Por eso me pregunto cómo se mide el legado cultural de una persona de los kilates de Atahualpa y me pregunto por qué no está plenamente incorporado en la enseñanza en todos los niveles educativos.
Para mi modo de ver fue el mayor exponente de la música folclórica argentina y lo más valioso es que su aporte no se agota en la música.
Gente que lo conoce asegura que a Atahualpa hay que leerlo, porque no sólo era un creador de la música, era un pensador, casi un filósofo, lleno de aportes valiosos y cargado de cultura. Miró la Argentina desde el amor por su país, pero con un ojo crítico y una voz capaz de plantarse ante el mejor.
No necesitó gritar para decir, simplemente alcanzó con su palabra para instalar un pensamiento; hombre simple, pero profundo.
Un amigo que lo entrevistó hace unos 30 años me contó que no le resultó un tipo simpático, pero sí profundamente culto y lleno de historias. Me dijo que para entrevistarlo había que leerlo, había que estudiarlo, porque era un tipo ácido capaz de dejar a cualquier periodista en ridículo si no sabía con quién estaba hablando.
Sus amigos y conocidos, que lo ven desde el afecto, admiten que era un "mal llevao", que tenía pocas pulgas, pero que resultaba maravilloso escucharlo.
Para mí no era un buen cantor, era en todo caso el mejor exponente de sus propias letras, porque a esos relatos les ponía el alma, les ponía el estado de ánimo justo que quería mostrar.
Dicen que en los asados y encuentros de amigos se encargaba de decir de todo, de matizar, sin aburrir, aunque muchos siempre le reprochaban que su repertorio no era dinámico. Pero eso era don Atahualpa, un exponente de lo suyo, de la cultura, del sentir del hombre de provincia.
No hacía ni hace falta ser simpático para ser brillante, porque su mirada siempre estaba más allá respecto del resto.
Él estaba pensando en lo que venía, como cuando hace varias décadas dijo: "Se está muriendo el alma de los pueblos", y todos se miraron. Décadas después le dieron la razón.
Por cuestiones de trabajo pasaba buena parte del año en Francia, pero se encargó de decir muchas veces que, si no existiera su país, le hubiera encantado vivir en Japón, donde encontraba coincidencias con nuestra cultura profunda.
Héctor Roberto Chavero, verdadero nombre de Yupanqui, nació el 31 de enero de 1908.
Jorge Vergara.

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