sábado, 28 de diciembre de 2013

Cuentos y relatos: EL REFLEJO.

EL REFLEJO de María Rosa Giovanazzi.


Esa mujer otra vez.
Me observa desde la puerta del bar. Hay algo en ella que me confunde, deben ser sus ojos, me resultan conocidos, pero no sé de dónde me llega el recuerdo.
 Desde hace varias semanas, cada noche, parece vigilarme. A veces se  acerca murmurando palabras sin  sonido, sólo veo su boca moverse.  Su aspecto es el de una mujer perturbada. Será  su ropa o ese olor a humo que se desprende de ella, pero  con sólo verla me repugna.
Hoy su audacia llegó al límite de mi paciencia. Yo estaba en el bar, esperando buena compañía y ella se sentó a mi lado.  Desde una de las mesas, el morocho de la otra noche me hizo señas para que lo acompañara. Me puse de pie para  acercarme  cuando la vieja,  en el colmo de su estupidez,  me agarró del brazo y me dijo: “No bebas más, ya no te mantenés en pié.” Mis hombros y mi cabeza se irguieron con furia y le dije: “¿Y a usted qué le importa?” Intenté  zafar de su mano y ella siguió: “Estás muy borracha,” dijo. No me soltaba. Levanté el brazo y en el impulso por desprenderme de su garra, trastabillé  y caí redonda al suelo. Todos me miraron, se reían, el morocho avergonzado se levantó y se fue. Alguien me ayudó y me acompañó  hasta la puerta. Recorrí una cuadra o dos, no sé. Me senté en el cordón de la vereda. Las lágrimas rodaban por mi cara, no lograba vencer el río de furia y alcohol que me subía desde el pecho y se desarrollaba en un llanto inagotable.
Perdí la  noción del tiempo. Al reaccionar la vi parada frente a mí, tan andrajosa y maloliente como siempre.  “¿Qué querés perra de mierda?” exclamé.  No respondió, sólo me miraba. ¿Quién sos vieja sucia? La rabia se hacía dolor en mi  pecho y ella seguía imperturbable con  su mirada acusadora.  Por tu culpa me perdí al morocho, le dije,  sabés, la última vez, por dos horas me dio quinientos pesos. Ella  no se movió, le pregunté: “¿Qué querés de mí?”  Se acercó y con una voz que me pareció conocida,  habló suavemente: “Quiero que dejes la vida que llevás, no sólo sos una alcohólica, ahora sos puta”. Me puse de pie, con intenciones de romperle la cara de una trompada… y algo me detuvo, sus ojos claros  y esa cicatriz en la barbilla. Me toqué la cara era mi cicatriz, eran mis ojos celestes. “¿Quién sos, vieja podrida?” Pregunté.  ¿No lo adivinás?  Me miró con lastima.
Soy tu reflejo, respondió.

Autora: María Rosa Giovanazzi.
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