la aurora en el horizonte.
Es que viene la mañana
y despertó todo el monte.
Criollita, abrí tu ventana
que ya cantan los zorzales
canciones primaverales
que llegan al corazón.
Criollita de mis amores,
clavel, el más perfumado.
Tus ojos son dos luceros
que me hieren, traicioneros,
tus ojos me han amarrado
al palenque de tu amor.
Allá me voy galopando
en mi alazán, muy contento,
y como estás esperando
atrás voy dejando el viento.
Criollita, flor de mis pampas,
traigo flores pa´adornarte
y un canto para arrullarte
Julio María Sosa Venturini, fue un cantor uruguayo que nació
en la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones, el 2 de febrero de
1926.
Julio Sosa se inició como cantor profesional en la ciudad de
La Paz, vecina de su natal Las Piedras, como vocalista de la orquesta de Carlos
Gilardoni.
“Julio Sosa, nombre artístico de José María Sosa Venturini,
ya era conocido en los suburbios y en los alrededores de nuestra capital cuando
enceguecido por las luces bonaerenses decidió viajar allí en 1949 para probar
suerte como cantante de tangos.
Se fue sin un peso, prácticamente, y esa situación la
ilustra una anécdota que hoy nadie puede rebatir y muchos menos conocer.
Cuentan que cuando bajó del barco en Buenos Aires, se tomó un taxi para ir
directamente a una dirección de alguien que, “por unos días y hasta que me
enderece”, le iba a dar marroco y catrera, comida y albergue. En el trayecto,
nuestro Sosa le confesó en la obligada charla con el taxista quién era, de
dónde venía, qué hacía mejor y cuál era su sueño: ser cantor en una Buenos
Aires que en aquellos años el tango languidecía fruto del embarullamiento que
provocaban baterías, guitarras eléctricas, el idioma inglés y la ausencia de
referentes artísticos locales.
Al llegar al destino señalado, Sosa, que todavía estaba
lejos de ser el “Varón del Tango”, el mote que le colocó el periodista
argentino Ricardo Gaspari, le alertó a su improvisado confidente conductor de
taxi que aguardara por el dinero del viaje, que enseguida le iba a pagar ni
bien entrara a la casa y su amigo le prestara los debidos pesos. Uno, dos
minutos tardó el trámite de bajar del taxi, subir unos escaleras, pedir el
dinero y volver a bajar para enterarse que el taxista ya no estaba esperándolo
como él le pidió. Nunca lo volvió a ver
al obrero del volante pero el pedrense siempre quiso creer que ese gesto de no
cobrarle el viaje, fue la primera gauchada que recibió de un porteño y de una
ciudad que lo cobijó y admiró; algo que él luego devolvió con su canto, su
poesía y sus interpretaciones” (http://www.republica.com.uy/se-cumplen-50-anos-sin-el-varon-del-tango)
Julio Sosa un popular cantor de tango tenía pasión por “los
fierros”, los automóviles.
Fue dueño de un Isetta, un De Carlo 700 y un DKW modelo
Fissore color rojo el gusto por la
velocidad “la adrenalina” terminó de chocar.
Vivió rápido y murió temprano con apenas 38 años de edad.
Hace 50 años el 26 de febrero de 1964 se llevó por delante
una baliza luminosa en Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla en barrio de
Palermo y fue fatal; lo internaron en el Fernández y en el Anchorena pero nada
se pudo hacer a las 9 y 30 dejó de existir. Sus restos empezaron a velarse en en la casa de sepelios “La Argentina” Julio
Sosa un cantor argentino popular y querido ante un númeroso público que le
quería dar el último adiós obligaron las
circuntancias a seguir el velatorio en
el Luna Park.
El 24 de noviembre de 1964, Julio Sosa había cantado por
radio su último tango y que fue “La gayola”. El final parecía profético. La
poesía de ese tango dice en su final “pa’ que no me falten flores cuando esté
dentro ‘el cajón”.
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