sábado, 15 de noviembre de 2014

No salieron jamás de Miguel Hernández.


No salieron jamás 
del vergel del abrazo,

y ante el rojo rosal 
de los besos rodaron. 
Huracanes quisieron 
con rencor separarlos. 
Y las hachas tajantes. 

Y los rígidos rayos. 
Aumentaron la tierra 
de las pálidas manos. 
Precipicios midieron 
por el viento impulsados 
entre bocas deshechas. 

Recorrieron naufragios 
cada vez más profundos, 
en sus cuerpos, sus brazos. 

Perseguidos, hundidos 
por un gran desamparo 
de recuerdos y lunas, 
de noviembres y marzos, 
aventados se vieron 
como polvo liviano:
aventados se vieron:
pero siempre abrazados.

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