EL MORIBUNDO.
Espiaba a la enfermera
cuando
en las noches de verano
se paseaba desnuda.
Cuerpo de mucha carne
pero bien torneado
que se deslizaba sensual
por la orillas de su sufrimiento..
La habían contratado
para atenderlo
y se desvestía sin precauciones
porque,
en su situación,
se suponía que él no alentaba
el menor soplo de deseo.
Pero, la percibía
con sus ojos descerebrados
y las máquinas que lo asfixiaban
para darle oxígeno.
La percibía hermosa
contoneándose
por un universo de claveles.
Percibía su pubis y sus nalgas
y el perfume excesivo
del erótico paso
de sus piernas salvajes.
No podía decirlo,
no podía callarlo,
se movía espasmódico
en su absoluta quietud,
la tocaba con manos sin tacto,
patéticas,
Era tal su apetito que,
hasta la repugnancia,
se le convertía en hambre.
Y, a las diez menos uno de una noche,
en la que toda la catástrofe de su ser
la deseaba,
se produjo el milagro:
ella recibió la onda cálida
de su invalidez enamorada
y, con tranquila inocencia,
lo besó apenas.
El murió a las diez en punto.
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