miércoles, 4 de mayo de 2016

Los yuyitos de mi tierra - Romildo Risso.

No me hagan tantos elogios
De esos que vienen al campo
Y ruempen tuita la tierra
Que logran tener a mano

No digo que pa’ vivir
Tenga que hacerse algún daño,
Pero más de lo preciso
Demuestra espíritu malo

Si hay leña caída en el monte
Yo no voy a voltear un árbol,
Pue’ el aire no puedo dir
De no, ni pisaba el pasto

Yo no sé lo que tendrán
Los yuyitos de mi tierra,
Que en cuanto sienten alivio
Ellos solos se enderiezan

Al tranco lo pisotean
Las mulas y los sotretas,
Y nacen las hojas verdes
Por entre las hojas secas

Así debe ser el criollo
Malo es que tarde sé aprienda,
Igualito y parejito
Como el yuyo de mi tierra

Que nazcan sus hojas verdes
Por entre las hojas secas.
Los yuyitos de mi tierra - Letra: Romildo Risso y música: Atahualpa Yupanqui. 

"Don Romildo estaba “operado” de vanidad. No soportaba el aplauso y se indignaba cuando en las tertulias folklóricas alguien pretendía nombrarlo.
En la Avenida de Mayo, en el subsuelo de un gran hotel, había una “peña criolla”, Solíamos ir con Romildo a escuchar a los cantores. Había siempre un presentador. Cierta njoche, ese mozo tuvo la desdichada idea de pretender destacar su presencia. Comenzó diciendo: “Señores, señoras, se encuentra en la sala un gran poeta criollo, uruguayo…”, y siguió manejando palabras con esa facilidad de los profesionales de la palabra. Yo me quedé solo antes de medio minuto porque Romildo, con su gabardina bajo el brazo, montó las escaleras, puerta afuera, subiendo los escalones de dos en dos. Desapareció. Cuando el lenguaraz lo nombró y amagó con señalarlo, la silla estaba sin nadie.
Como lo conocía bastante, lo comprendí de inmediato. Momentos más tarde, me salí a la calle y lo busqué en un pequeño bar, doscientos metros más allá de la peña. Estaba tomando una taza de té y armando un cigarrillo con gravedad de rito. Me le acerqué y ninguno de los dos comentó nada de lo pasado. Después caminamos por la ancha avenida, Luego nos saludamos y cada cual buscó su vereda. Romildo vivía en Banfield. Yo, en el barrio de Flores.
Romildo era tempranero. A las ocho y media de la mañana ya estaba golpeando la ventana de mi cuarto. Y ya el tablero de ajedrez y el mate. Y siempre un poema queriendo salirse de su bolsillo. Alguna vez yo le cantaba sus asuntos, buscando su opinión, Breve era su juicio. Sin despegar los labios, algo que parecía “hum” abría una pequeña brecha en su silencio. Parecía como si se hubiera atragantado con un palito de la yerba mate. Yo entendía ese lenguaje. Y seguía cantando, confidencialmente, un aire de milonga.
Años después volvió a Montevideo. Cuando supe que un día lo tapo el gran silencio, no lo puede llorar. A Romildo no le hubiera gustado eso. Lo pensé. Evoqué horas, tiempos, andanzas, coplas. Lo sigo haciendo todavía. Usted lo sabe bien, Romildo".

http://www.fundacionyupanqui.com.ar/risso.html

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