viernes, 2 de enero de 2015

Juan Carlos Dávalos en un fragmento de "El viento blanco".

"...Ocuparon los hombres sus sitios habituales: uno a vanguardia de la tropa, dos a los flancos, y a la zaga del pstrón. A intervalos regulares, el grito de ¡Huella!... prolongado, agudo, estimulaba a aquella lenta masa de carne pasiva y melancólica. Veíase hacía adelante, extendida a lo largo del campo inmenso, la faja parda y recta del camino, que en suave cuesta ascendente iba a esfurmarse en un abra, allá lejos, entre unos cerros chatos y rojizos.
De cuando en cuando los arrieros miraban polvear al ras del horizonte esas ligeras nubecillas que levanta, al huir, salvajemente ariscas, las tropas de vicuñas.
Antenor Sánchez recordaba, al verlas, sus correrías de semana santa en las montañas del Incañan y del Chañe, cuando, acompañado a veces por amigos puebleros de Salta, pasábase los días 'cerreando' de cumbre en cumbre, para bajar a su finca con veinte o treinta pieles. A mil metros de la tropilla, en aquella Puna, donde Antenor ponía el ojo, el mismo metía la bala. Pero cuando se viaja con haciendas no es bueno perder tiempo en casería, ni hay que llevar máuser. Andar, andar siempre, caminar noche y día, es el afán constante del arriero pués a cada legua la novillada merma de peso y es necesario llegar a Chile en las condiciones exigidas por los contratos.
Al cerrar la noche se detuvieron en una hoyada. Como arreciara el frío, los hombres hicieron fuego con cuernos de cabra que traían en las alforjas. El cuerpo les pedía algo caliente.
Fabián Martínez rondaba el ganado. Anastasio Cruz alineaba en una olla pequeña la sopa de harina cocida y charqui. Antenor Sánchez, arrodillado en ala arena, defendía el fuego con su poncho, de espaldas al viento. En cuanto a Loreto Peñaloza, permanecía montado, ahí cerca, teniendo las riendas..."

Fuente: http://poesiaycantodeargentina.blogspot.com.ar/


Juan Carlos Dávalos fue un escritor argentino nacido en provincia de Salta en 1887. 
Su sangre lo unía a encomenderos y patriotas. A los dieciséis años, junto con David Michel Torino, fundó el periódico "Sancho Panza".  
Su madre, Isabel Patrón Costas, era hija de Domingo Patrón Escobar y de Isabel Costas y Figueroa Güemes, hija de Francisco Manuel Costas Frías y de Catalina Luisa Figueroa Güemes, hija a su vez de Francisca Güemes, hermana de Martín Miguel de Güemes.
Fue Director del Archivo General de la Provincia y Director de la Biblioteca Provincial "Dr. Victorino de la Plaza".
De su vasta obra mencionamos:  De mi vida y de mi tierra (Salta, 1914), Cantos agrestes (Salta, 1917), Cantos de la montaña (Buenos Aires, 1921), Otoño (Buenos Aires, 1935), Salta, su alma y sus paisajes (Buenos Aires, 1947), Últimos versos (Salta, 1961), El viento Blanco (Buenos Aires, 1922), Los buscadores de oro (Buenos Aires, 1928), Los gauchos (Buenos Aires, 1928), Los casos del zorro (Buenos Aires- Córdoba, 1925), Relatos lugareños (Buenos Aires, 1930), Los valles de Cachi y Molinos (Buenos Aires, 1937), Estampas lugareñas (Tucumán, 1941), La Venus de los barriales (Tucumán, 1941), Cuentos y relatos del norte argentino (Buenos Aires, 1946).
Falleció el 6 de noviembre de 1959 en la Ciudad de Salta.

LA MUERTE DEL TORO:
LA VOLTEADA

Muge plantado en actitud bravía,
ceñido el lazo del testud adusto,
y terco afronta con empaque augusto
el asalto voraz de la jauría

Hinca, dócil al puño que lo guía
el duro casco el alazán robusto,
y piafa lleno de sudor y susto
de la cinchada en la mortal porfía

Y cuando el toro enceguecido y fiero
brotando espuma de repente arranca
y la embestida poderosa cierra

Se cimbra el lazo sobre el bramadero
y entre una densa polvareda blanca
el cuerpo cae reciamente en tierra

LA MUERTE

Y yace el bruto en la postura inerte
con que el hombre mañoso lo invalida,
la carne de cansancio estremecida,
y al fin tumbado el epinazo fuerte

Nadie el espanto y el dolor advierte
de la negra pupila entristecida,
donde tiembla la fuerza de la vida
con la oscura zozobra de la muerte.

¡Después, el estertor, el hondo tajo!
El hombre indiferente en su trabajo
limpia el puñal en la cerviz del toro.

La sangre por la herida borbotea,
y un escuálido perro saborea
el caudal rojo de vislumbres de oro.

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