De una casa cercana salía un ruido metálico y acompasado. En
un recinto estrecho, entre paredes llenas de hollín, negras, muy negras,
trabajaban unos hombres en la forja. Uno movía el fuelle que resoplaba,
haciendo crepitar el carbón, lanzando torbellinos de chispas y llamas como
lenguas pálidas, áureas, azulejas, resplandecientes. Al brillo del fuego en que
se enrojecían largas barras de hierro, se miraban los rostros de los obreros
con un reflejo trémulo. Tres yunques ensamblados en toscas armazones resistían
el batir de los machos que aplastaban el metal candente, haciendo saltar una
lluvia enrojecida. Los forjadores vestían camisas de lana de cuellos abiertos y
largos delantales de cuero. Acanzábaseles a ver el pescuezo gordo y el
principio del pecho velludo, y salían de las mangas holgadas los brazos
gigantescos, donde, como en los de Anteo, parecían los músculos redondas
piedras de las que deslavan y pulen los torrentes. En aquella negrura de
caverna, al resplandor de las llamaradas, tenían tallas de cíclopes. A un lado,
una ventanilla dejaba pasar apenas un haz de rayos de sol. A la entrada de la
forja, como en un marco oscuro, una muchacha blanca comía uvas. Y sobre aquel
fondo de hollín y de carbón, sus hombros delicados y tersos que estaban desnudos
hacían resaltar su bello color de lis, con un casi imperceptible tono dorado.
1 comentario:
Entre tanta negrura de hollín, la descripción de la muchacha es un poema.
mariarosa
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