jueves, 21 de abril de 2016

CUENTO CORTO DE CARLOS BASABE: " LA DEUDA SALDADA".

La crisis estaba haciendo estragos en España, la clase media y la clase baja viajaban en el mismo vehículo, muchas parejas se separaban porque el dinero separa también los afectos. En un pueblito de Andalucía, un matrimonio que llevaba casi 20 años de casados estaba atravesando una dura crisis económica, José había tenido un accidente de trabajo y como resultado final, terminó perdiendolo. La ayuda fue insuficiente y Marga trataba de aportar alguna entrada extra limpiando casas particulares, la pareja se fue resintiendo y José que quedó con una pequeña discapacidad aceptando que estaba en inferioridad de condiciones.
Marga tenía un carácter muy coloquial y despertaba algunas pasiones a sus 44 años entre los vecinos de aquel pueblo. Su marido seguía cada día buscando un empleo que no llegaba, en cambio el que llegaba puntualmente era el dueño de la vivienda alquilada por la pareja. Hacía 14 meses que no podían pagar la mensualidad que se iba acumulando y don Humedales aparecía con puntualidad Británica cada día 5 de mes a traer el recibo que terminaba encarpetando. Eran las 8 de la mañana de un lunes, cuando el casero llamó al timbre con el recibo en la mano, José y Marga guardaron silencio para que no los descubriera. ¡era cuestión de aguantar unos quince minutos de timbre y como cada mes Humedales daba por finalizada su visita rendido ante la respuesta negativa del matrimonio!, una y otra vez se repitió la llamada, adentro José y Marga trataban de aportar alguna idea de cómo afrontar aquella deuda.
José, luego de pensar una estrategia le dijo a su mujer, ¡ponte la bata roja y hazlo pasar!, luego le cuentas algo y verás que se va conforme!.
Marga se puso la bata y José se metió dentro de una especie de armario de dos hojas que hacía de despensa y que la crisis la mantenía vacía. La mujer entreabrió la puerta y con tono sorprendido le dijo al casero, ¡discúlpeme, pero no lo oía!, ¡pase!, ¡pase!. ¡Si no molesto!, replicó Humedales!, por favor pase adelante y tome asiento. El comedor estaba un poco revuelto por la cena de la noche anterior y Marga le dijo, ¡disculpe el desorden! Es que todavía no he repasado la casa!.
El casero la seguía con la mirada tratando de descubrir algo más de lo que le mostraba la bata. Un poco audaz, Marga le preguntó, ¿quiere una cervecita? ¡es lo único que tengo!, si no es molestia, replicó el casero, (tratando de estar el mayor tiempo posible) ¡por favor!, Usted se merece el cielo don Humedales! ¡muchas gracias y si no le importa puede llamarme Roberto, ese es mi nombre para los amigos!.
Empezaron a repasar lo mal que lo estaban pasando, Marga se había sentado frente a su casero y este estaba turbándose porque se encontró frente a una mujer que además de la falta de dinero, en algún momento le dejó caer que también estaba faltándole algo distinto que la repetición de la rutina diaria no le hacía llegar. ¡Usted es jóven!, le soltó el casero, en cambio yo ya he vivido mucho y mi mujer solo piensa en tratar de alcanzar un día más. Las confidencias las soportaba José desde el interior de la despensita, hasta que llegaron a contarse animosamente como habían sido de jóvenes.
Humedales estaba convencido que la conversación llevaba el rumbo que el deseaba. En un momento y armándose de coraje, giró la charla hacia los meses de alquiler que tenían retrasados y con cierto desparpajo le dijo; ¡tu sabes Marga que yo soy muy paciente y nunca les he reprochado la deuda, pero creo que esto se está yendo de las manos!. Marga tratando de distraer la conversación dejó que la bata le dejara ver al casero sus piernas blancas y suaves. José no perdía palabra desde su escondite, pero dejarse ver a esa altura de la charla era mostrarse ruin y farsante.
Marga le dijo que la bondad tenía recompensa en la vida y que seguramente en cualquier momento tendría la oportunidad de salir adelante y saldar esa deuda que la mortificaba. ¡Tu debes saber Marga, que en la vida hay veces que uno puede tomar decisiones heroicas para continuar el camino!. No es esta mi forma de actuar, y tu lo sabes bien, siempre te he respetado mucho!, pero hoy me siento distinto. ¡Tu puedes darme una alegría como hace muchos años no recibo, y yo puedo olvidarme de ese montón de recibos que se van acumulando!. Marga lo miraba asombrada y al mismo tiempo empezaba a admirar su coraje repentino. La escena estaba al completo, José mudo testigo de aquellas conversaciones apretó los dientes y esperó con paciencia que resultado tomaría el final, por un lado sintió una especie de rencor y ultraje contenido, mientras que por otro lado, ante la posibilidad de una salida forzada la propuesta le llegó a parecer no tan agresiva, también calculó el peso multiplicado de la deuda, y que si podía soportar ese primer embate, quizá con el tiempo lograría olvidarlo o justificarlo para ser solo un mal recuerdo. Humedales se paró, dejó un espacio para que Marga decidiera si tomaba la puerta de salida o la que lo llevaba al dormitorio matrimonial, ella sin decir nada, desanudó el cinturón de su bata y la dejó caer, se giró hacia la puerta del dormitorio y sin decir una sola palabra, el casero entendió que estaba aceptada su propuesta, la cara se le empezó a calentar viendo ese cuerpo turgente y armónico que caminaba lentamente hacia una cama de matrimonio. Desandaron el poquito trecho uno detrás del otro y José se colocó en posición fetal para llevarse las manos a la cara. Poco tardó Humedales para salir de la habitación, en sus manos jugaban un tocho de recibos arrugados que dejó sobre una esquina de la mesa, la puerta se cerró detrás del casero y adentro de la casa se abrió la puerta de la despensita que había escondido a José. Se miraron con cierto gesto de complicidad entendida y nunca más volvieron a mencionar aquella mañana que comenzó con el timbre de la puerta.

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