La crisis estaba haciendo estragos en España, la clase media
y la clase baja viajaban en el mismo vehículo, muchas parejas se separaban
porque el dinero separa también los afectos. En un pueblito de Andalucía, un
matrimonio que llevaba casi 20 años de casados estaba atravesando una dura
crisis económica, José había tenido un accidente de trabajo y como resultado
final, terminó perdiendolo. La ayuda fue insuficiente y Marga trataba de
aportar alguna entrada extra limpiando casas particulares, la pareja se fue
resintiendo y José que quedó con una pequeña discapacidad aceptando que estaba
en inferioridad de condiciones.
Marga tenía un carácter muy coloquial y despertaba algunas
pasiones a sus 44 años entre los vecinos de aquel pueblo. Su marido seguía cada
día buscando un empleo que no llegaba, en cambio el que llegaba puntualmente
era el dueño de la vivienda alquilada por la pareja. Hacía 14 meses que no
podían pagar la mensualidad que se iba acumulando y don Humedales aparecía con
puntualidad Británica cada día 5 de mes a traer el recibo que terminaba
encarpetando. Eran las 8 de la mañana de un lunes, cuando el casero llamó al
timbre con el recibo en la mano, José y Marga guardaron silencio para que no
los descubriera. ¡era cuestión de aguantar unos quince minutos de timbre y como
cada mes Humedales daba por finalizada su visita rendido ante la respuesta
negativa del matrimonio!, una y otra vez se repitió la llamada, adentro José y
Marga trataban de aportar alguna idea de cómo afrontar aquella deuda.
José, luego de pensar una estrategia le dijo a su mujer,
¡ponte la bata roja y hazlo pasar!, luego le cuentas algo y verás que se va
conforme!.
Marga se puso la bata y José se metió dentro de una especie
de armario de dos hojas que hacía de despensa y que la crisis la mantenía
vacía. La mujer entreabrió la puerta y con tono sorprendido le dijo al casero,
¡discúlpeme, pero no lo oía!, ¡pase!, ¡pase!. ¡Si no molesto!, replicó
Humedales!, por favor pase adelante y tome asiento. El comedor estaba un poco
revuelto por la cena de la noche anterior y Marga le dijo, ¡disculpe el
desorden! Es que todavía no he repasado la casa!.
El casero la seguía con la mirada tratando de descubrir algo
más de lo que le mostraba la bata. Un poco audaz, Marga le preguntó, ¿quiere
una cervecita? ¡es lo único que tengo!, si no es molestia, replicó el casero,
(tratando de estar el mayor tiempo posible) ¡por favor!, Usted se merece el
cielo don Humedales! ¡muchas gracias y si no le importa puede llamarme Roberto,
ese es mi nombre para los amigos!.
Empezaron a repasar lo mal que lo estaban pasando, Marga se
había sentado frente a su casero y este estaba turbándose porque se encontró
frente a una mujer que además de la falta de dinero, en algún momento le dejó
caer que también estaba faltándole algo distinto que la repetición de la rutina
diaria no le hacía llegar. ¡Usted es jóven!, le soltó el casero, en cambio yo
ya he vivido mucho y mi mujer solo piensa en tratar de alcanzar un día más. Las
confidencias las soportaba José desde el interior de la despensita, hasta que
llegaron a contarse animosamente como habían sido de jóvenes.
Humedales estaba convencido que la conversación llevaba el
rumbo que el deseaba. En un momento y armándose de coraje, giró la charla hacia
los meses de alquiler que tenían retrasados y con cierto desparpajo le dijo;
¡tu sabes Marga que yo soy muy paciente y nunca les he reprochado la deuda,
pero creo que esto se está yendo de las manos!. Marga tratando de distraer la
conversación dejó que la bata le dejara ver al casero sus piernas blancas y
suaves. José no perdía palabra desde su escondite, pero dejarse ver a esa
altura de la charla era mostrarse ruin y farsante.
Marga le dijo que la bondad tenía recompensa en la vida y
que seguramente en cualquier momento tendría la oportunidad de salir adelante y
saldar esa deuda que la mortificaba. ¡Tu debes saber Marga, que en la vida hay
veces que uno puede tomar decisiones heroicas para continuar el camino!. No es
esta mi forma de actuar, y tu lo sabes bien, siempre te he respetado mucho!,
pero hoy me siento distinto. ¡Tu puedes darme una alegría como hace muchos años
no recibo, y yo puedo olvidarme de ese montón de recibos que se van
acumulando!. Marga lo miraba asombrada y al mismo tiempo empezaba a admirar su
coraje repentino. La escena estaba al completo, José mudo testigo de aquellas
conversaciones apretó los dientes y esperó con paciencia que resultado tomaría
el final, por un lado sintió una especie de rencor y ultraje contenido,
mientras que por otro lado, ante la posibilidad de una salida forzada la
propuesta le llegó a parecer no tan agresiva, también calculó el peso
multiplicado de la deuda, y que si podía soportar ese primer embate, quizá con
el tiempo lograría olvidarlo o justificarlo para ser solo un mal recuerdo.
Humedales se paró, dejó un espacio para que Marga decidiera si tomaba la puerta
de salida o la que lo llevaba al dormitorio matrimonial, ella sin decir nada,
desanudó el cinturón de su bata y la dejó caer, se giró hacia la puerta del
dormitorio y sin decir una sola palabra, el casero entendió que estaba aceptada
su propuesta, la cara se le empezó a calentar viendo ese cuerpo turgente y
armónico que caminaba lentamente hacia una cama de matrimonio. Desandaron el
poquito trecho uno detrás del otro y José se colocó en posición fetal para
llevarse las manos a la cara. Poco tardó Humedales para salir de la habitación,
en sus manos jugaban un tocho de recibos arrugados que dejó sobre una esquina
de la mesa, la puerta se cerró detrás del casero y adentro de la casa se abrió
la puerta de la despensita que había escondido a José. Se miraron con cierto
gesto de complicidad entendida y nunca más volvieron a mencionar aquella mañana
que comenzó con el timbre de la puerta.
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