jueves, 28 de abril de 2016

Canción de otoño en primavera de Rubén Darío.


    Juventud, divino tesoro,
    ¡Ya te vas para no volver!
    Cuando quiero llorar, no lloro...
    Y a veces lloro sin querer...


    Plural ha sido la celeste
    Historia de mi corazón.
    Era una dulce niña, en este
    Mundo de duelo y aflicción.


    Miraba como el alba pura;
    Sonreía como una flor.
    Era su cabellera oscura
    Hecha de noche y de dolor.


    Yo era tímido como un niño.
    Ella, naturalmente, fue,
    Para mi amor hecho de armiño,
    Herodías y Salomé...


    Juventud, divino tesoro,
    ¡Ya te vas para no volver...!
    Cuando quiero llorar, no lloro...
    Y a veces lloro sin querer...


    Y más consoladora y más
    Halagadora y expresiva,
    La otra fue más sensitiva
    Cual no pensé encontrar jamás.


    Pues a su continua ternura
    Una pasión violenta unía.
    En un peplo de gasa pura
    Una bacante se envolvía...


    En sus brazos tomó mi ensueño
    Y lo arrulló como a un bebé...
    Y le mató, triste y pequeño,
    Falto de luz, falto de fe...


    Juventud, divino tesoro,
    ¡Te fuiste para no volver!
    Cuando quiero llorar, no lloro...
    Y a veces lloro sin querer...


    Otra juzgó que era mi boca
    El estuche de su pasión;
    Y que me roería, loca,
    Con sus dientes el corazón,


    Poniendo en un amor de exceso
    La mira de su voluntad,
    Mientras eran abrazo y beso
    Síntesis de la eternidad;


    Y de nuestra carne ligera
    Imaginar siempre un Edén,
    Sin pensar que la primavera
    Y la carne acaban también...


    Juventud, divino tesoro,
    ¡Ya te vas para no volver!
    Cuando quiero llorar, no lloro...
    Y a veces lloro sin querer...


    ¡Y las demás! En tantos climas,
    En tantas tierras siempre son,
    Si no pretextos de mis rimas
    Fantasmas de mi corazón.


    En vano busqué a la princesa
    Que estaba triste de esperar.
    La vida es dura. Amarga y pesa.
    ¡Ya no hay princesa que cantar!


    Mas a pesar del tiempo terco,
    Mi sed de amor no tiene fin;
    Con el cabello gris, me acerco
    A los rosales del jardín...


    Juventud, divino tesoro,
    ¡Ya te vas para no volver!
    Cuando quiero llorar, no lloro...
    Y a veces lloro sin querer...

    ¡Mas es mía el alba de oro!
    Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Matagalpa, 18 de enero de 1867-León, 6 de febrero de 1916).

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